Controvertido hasta la muerte, su mausoleo ha sido levantado muy cerca del de José Martí
Cuba, 4 de dic. de 2016.- A puerta cerrada y sin imágenes en directo, la urna de cedro con las cenizas de Fidel Castro ha sido depositada este domingo en el mausoleo que, en previsión de su muerte, fue construido con sigilo de secreto de Estado en Santiago de Cuba, la capital del Oriente cubano, la región donde nació Castro, desde la que lanzó a sus barbudos contra Batista y cuyo cementerio de Santa Ifigenia es el camposanto del nacionalismo cubano.
Las primeras fotografías logradas por reporteros muestran una sobria tumba con forma de roca con una placa cuadrada que lee: «Fidel».
El sepelio empezó a las siete de la mañana en el calurosísimo Santiago y se prevé que al menos hasta después de la ceremonia no habrá acceso para público y prensa.
Al funeral ha asistido una treintena de personas entre familia y altos mandos. No hubo discursos. El líder político que probablemente más horas de alocuciones acumuló en el siglo XX, fue despedido sin palabras.
Anoche tuvo lugar en Santiago el último acto masivo de homenaje. En su discurso final, el presidente Raúl Castro dijo: «Juramos defender la patria y el socialismo». Con uniforme militar, el hermano menor de Fidel glosó su legado tocando un rango amplio de temas, desde la guerrilla de los primeros tiempos hasta la expansión de la sanidad y la educación pasando por la asistencia a las luchas de descolonización en África o los «dramáticos años» del Periodo Especial.
«Sí se puede», repitió Castro según recorría los méritos que atribuyó al Comandante en Jefe, un latiguillo que recordaba al lema de Barack Obama, el presidente con el que impulsó lo que Fidel jamás estuvo dispuesto a negociar, una pragmática restauración de relaciones con Estados Unidos.
A sus 85 años, el general, que definió a Fidel como «el más preclaro hijo de Cuba en este siglo», terminó recio retomando palabras del insurgente Antonio Maceo: «Quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado de sangre, si no perece en la lucha. ¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel! ¡Hasta la victoria siempre!».
El mausoleo de Fidel Castro ha sido levantado muy cerca del de José Martí (1853-1895), héroe nacional de la Independencia del que Castro se vio como un émulo natural, como un continuador tocado por el sino de la Historia para completar la guerra épica por la soberanía de la isla.
Rotor de polémica toda su vida, su lugar de descanso también despierta controversia por la equiparación implícita entre él y Martí, que a diferencia de Castro despierta la admiración unánime de todos los cubanos.
“Colocar su tumba junto a la de Martí es perpetuar un fraude histórico”, ha dicho al portal cubano 14 y medio el analista cubano en el exilio Carlos Alberto Montaner, que define a Martí como “un demócrata republicano decimonónico que nada tenía que ver con supersticiones marxistas-leninistas”.
La discusión viene de lejos y será perpetua. “Fidel ha sido el discípulo más aventajado de Martí. Todo su pensamiento sirvió de base al proyecto revolucionario de Fidel”, afirma desde La Habana Ana Sánchez Collazo, directora del Centro de Estudios Martianos, que matiza que Martí “no compartió la lucha de clases como forma de toma de poder pero fue defensor de los más pobres”.
En 1883 Martí presenció en Nueva York un acto por el fallecimiento de Marx y envió una crónica a La Nación de Buenos Aires: “Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño y arde en ansias temerosas de ponerle remedio, sino el que señala remedio blanco al daño”, escribió el periodista y poeta.
“Son dos persona que vivieron dos épocas diferentes”, comienza el veterano historiador Enrique López Oliva. “Martí no vivió la Revolución bolchevique, ni siquiera la mexicana. Él fue un liberal nacionalista pero que iba al entronque con las corrientes socialdemócratas. Y Fidel se identificó desde el principio como un martiano. Planteó que su revolución estaba inspirada en su pensamiento. Creo que su marxismo posterior fue cosa de coyuntura política”.
Ya al mando de Cuba, Fidel Castro diría: “De niño leía con asombro sobre el Diluvio Universal y el Arca de Noé. Más adelante centré mi interés en Martí. La audacia, la belleza, el valor y la ética de su pensamiento me ayudaron a convertirme en lo que creo que soy: un revolucionario”.
Su enemigo común fue Estados Unidos, “ese norte brutal y revuelto que nos desprecia”, escribió Martí. En junio de 1958, aún peleando en la Sierra Maestra, Castro decía en una carta furiosa a su colaboradora Celia Sánchez: “Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande, la guerra que voy a echar contra los americanos. Ese va a ser mi destino verdadero”.