El cuarto Estado más poblado de la nación ha emprendido una gigantesca operación de evacuación
Miami, Florida, 10 de septiembre de 2017.- Florida ha entrado en el ojo del huracán. Bajo vientos de 200 kilómetros por hora, el monstruo meteorológico en que ha devenido Irma ha impactado en Estados Unidos. No por Miami, donde se temía una embestida masiva, sino por el suroeste de la península.
Primero Los Cayos y a medida que pasen las horas en dirección norte hacia Naples, Fort Myers y Tampa. Una vertical de zonas residenciales, donde cientos de miles de jubilados buscan paz y descanso. En ese espacio dorado, con una de las mayores rentas per cápita del estado, se prevé que el huracán desate su furia y ponga a prueba el éxito o fracaso de una de las mayores evacuaciones de la historia de EEUU.
Todos los ojos están clavados en Florida, pero el pánico va más allá. A 540.000 personas se les ha solicitado que abandonen la costa de Georgia. Y en Alabama, Carolina del Norte y Carolina del Sur ha sido decretado el estado de emergencia. “El poder destructivo de esta tormenta es enorme”, ha sentenciado el presidente Donald Trump.
El huracán, de categoría 4, todavía trae consigo el ejército de tormentas, ráfagas explosivas y marejadas que han sembrado la devastación por donde ha pasado. Cuba, Barbados, San Martín y las Islas Vírgenes han sentido su huella. Y ahora le ha llegado el turno al suroeste estadounidense.
Con 21 millones de habitantes, el cuarto Estado más poblado de la nación ha emprendido una gigantesca operación de evacuación y acogida. A más de seis millones de personas se les ha pedido que abandonen sus hogares y decenas de miles han buscado techo en los 385 refugios públicos habilitados para evitar una catástrofe.
Pero con Irma ya definitivamente erguida sobre Florida, la capacidad de maniobra se ha vuelto escasa, casi nula. Tras intensos días de preparación, alerta y movilización, la suerte está echada. Es el turno de los elementos. Más 1,3 millones de personas se han quedado sin fluido eléctrico y se teme por inundaciones masivas. “Miren por sus vecinos, por su familia. Ahora ya todo depende de nosotros”, afirmó el gobernador Rick Scott.
El recorrido del huracán, aunque aún es susceptible de variación, afecta áreas especialmente sensibles. El archipiélago de los Cayos inauguró el ataque. Con un largo historial de huracanes y desastres, el último en 1998 con Georges, su exposición a los vientos y al mar ha sido una víctima perfecta. Azotado por ráfagas de 215 kilómetros por hora y bajo una intensa marejada, los islotes quedaron en gran parte inundados y tres personas murieron en accidentes de tráfico.
Ya en la península, se prevé que el huracán recorra la costa oeste. Largas urbanizaciones que como islas de felicidad se van extendiendo hacia el norte creando un pujante polo de desarrollo en el que la opulencia se mezcla con las zonas ocupadas por los inmigrantes dedicados al campo y la construcción.
En esta franja hay al menos dos puntos susceptibles de devastación. El primero es la ciudad de Naples, cuyo anillo es destino de miles de jubilados. Gente adinerada, mayoritariamente votante de Trump y con una especial predilección por el golf. Y el segundo, sería Tampa y su área de influencia: más de cuatro millones de habitantes.
El miedo en la franja es que Irma eleve el nivel del mar hasta cuatro metros y deje a miles de casas bajo el agua. Un escenario terrible que traería consigo la muerte y dejaría sin hogar a miles de familias que no han asegurado sus viviendas.
El alcance final de la destrucción es un enigma. Sólo con el paso de las horas se conocerá hasta dónde llega el zarpazo del huracán. Las medidas adoptadas han sido múltiples y las alertas intensas. Posiblemente el coste en vidas humanas sea menor que en otras catástrofes similares. Con Andrew, en 1992, fallecieron 65 personas, se perdieron 65.000 viviendas y los daños superaron los 26.000 millones de dólares. El balance de Irma aún tardará en conocerse. Pero ahora mismo ya se puede sentir su efecto devastador.