El nuevo presidente brasileño disfruta de una tímida aprobación en el exterior pero sufre protestas y abucheos continuos en su país
Sao, Paulo 10 de septiembre de 2016.- Esta tendría que haber sido una semana razonablemente buena para el nuevo presidente de Brasil, Michel Temer, vistos los importantes aliados que le han brindado su apoyo. El vicepresidente de EE UU, Joe Biden, aseguró que su llegada al poder, tras la polémica destitución de Dilma Rousseff, “siguió la Constitución” y que por tanto, la primera potencia mundial “seguirá trabajando” con él. El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, le dio su apoyo explícito en el G20. Sin embargo, las manifestaciones en su contra se suceden por todo el país desde el mismo día de su investidura y empañaron su primer gran acto oficial: el desfile del Día de la Independencia. Según el diario Folha de S. Paulo, su equipo de comunicación admitía esta semana que ya es tarde para cambiar la imagen que buena parte de la población tiene de él como un golpista que no merece estar en el poder.
Michel Temer no es un presidente popular. Tenía un 14% de aprobación el miércoles 31 de agosto que fue investido sin pasar por las urnas. Lo que su equipo no imaginaba, y está descubriendo ahora, es hasta qué punto resulta impopular. Las calles de São Paulo viven protestas desde el mismo día de su investidura. Él las intentó despachar como algo puntual: “Esas 40 personas que rompen coches”, dijo el viernes día 2. Dos días después, una multitud de 100.000 personas colapsó la Avenida Paulista, arteria central de la ciudad, con el grito que unifica a todos sus críticos: “Fora Temer” (Fuera Temer). La Policía disolvió la manifestación con bombas de humo y su ministro de Economía admitió: “Es un número considerable de gente”. En los días siguientes, São Paulo ha vivido dos manifestaciones más. No tan grandes, pero ninguna de ellas bajaba de varios miles de personas.
Temer fue más precavido cuando le tocó presidir el tradicional desfile militar del Día de la Independencia, el 7 de septiembre. Llegó en un coche cubierto, cuando sus antecesores en el cargo, Lula da Silva y Dilma Rousseff, lo hacían en el Rolls Royce descapotable del Palacio de la Alvorada para bañarse en aplausos. Los agentes encargados de la seguridad recibieron la orden de ni molestarse en silenciar los abucheos y centrarse solo en las pancartas. La realidad volvió a superar las expectativas: los abucheos llegaron incluso desde los asientos reservados para los invitados de los funcionarios. Ese día hubo manifestaciones en su contra en Brasilia, Recife (hasta 20.000 personas, según la organización), Belo Horizonte y Río de Janeiro (10.000 en cada uno) y São Paulo. Ese mismo día Temer acudió a la ceremonia de inauguración de los Juegos Paralímpicos en Río de Janeiro. También fue abucheado, como lo había sido cuando inauguró los Juegos Olímpicos.
Pero la verdadera fuerza del Fora Temer no está en los grandes actos multitudinarios, sino en su ubicuidad en los núcleos urbanos. Son las palabras que están pintadas en los barrios de todo São Paulo. Es la frase con la que muchos jóvenes han empezado a iniciar y terminar conversaciones. Muchos usuarios de redes sociales han notado que se grita Fora Temer en las proyecciones de Aquarius, la película brasileña de moda. Es con lo que se silenció al ministro de Cultura, cuando intentó hablar en un festival de cine en Río de Janeiro. Cuando se inauguró la Bienale de São Paulo, fue entre artistas que gritaban Fora Temer. El pasado jueves, cuando el cantante Johnny Hooker actuó en directo en televisión, el teclista de la cadena, Globo, para muchos conservadora, llevaba una camiseta con esas palabras. El cámara dejó de enfocarle.
Su equipo de comunicación ha intentado aprovechar la popularidad de la fraselanzando el eslogan Bora Temer (Vamos, Temer). Aquel despropósito fue motivo de grandes carcajadas en redes sociales y en las calles, los manifestantes se dedicaron a convertir, sin mucho problema, la B en una F. Ese mismo equipo es el que ha emitido el pesimista informe de que, a estas alturas, es probablemente tarde para rebatir la imagen que proyecta Temer. (El País)